Marzo 2012 Archives

Brisa marina y recuerdos dolorosos /4

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Después de lo contado anteriormente, recuerdo irme a comer a un pequeño bar-restaurante, situado en las cercanías del puerto y próximo a las vías del tren, para facilitar el transporte de mercancías por todo el país supongo. El sitio era medianamente limpio y luminoso, pero frecuentado por los marinos y portuarios, gente dura y curtida en la vida, por tanto el lugar no era de ambiente familiar, y el aroma a alcohol estaba en permanente suspenso en el ambiente del local. Simulé ser el trabajador de una empresa nueva que pretendía exportar sus productos, y entablé conversaciones amigables con un par de aquellos individuos, los que parecían más afables, y entre risas, mientras les invité a algunas cervezas y mientras comíamos los bocadillos que habíamos encargado al camarero desde la barra, les sonsaqué la información para lograr hacerme una idea de cómo estaban distribuidos por zonas los trabajadores, e incluso los horarios de cambios de turnos y la oficina donde podría buscar los papeles que me dijeran dónde se cargaban y descargaban, e incluso almacenaban, los envíos y cajas de la empresa que tenía que investigar.

Tras comer, pude dar una vuelta para situarme geográficamente por completo por el puerto, y con los datos que había obtenido, y poder acudir al final de la tarde, más bien por la noche, para poder acceder a la información que necesitaba. Hecho esto, tome la decisión de alejarme de la zona para no levantar sospechas, e incluso revisar las notas para el artículo e incluir las últimas informaciones que había adquirido. Cuando me había alejado unas 4 calles, me encontré caminando hacia mí, a la preciosa, aunque no espectacular, secretaria de la empresa que investigaba, y que había conocido unas horas antes. Iba manoseando unos documentos, sin prestar ninguna atención a la calle por la que caminaba, y únicamente pendiente de dichos documentos, su cabello le tapaba ligeramente la cara, pero se entreveían sus ojos con su fulgor verde, y su morena piel tenía unos bonitos reflejos con la luz exterior del sol. Llevaba una marcha firme y elegante aunque seguía vistiendo desenfadadamente, aunque de forma sobria, parecía nerviosa en sus gestos y su forma y velocidad al caminar. La llamé por el nombre con el que ella se me había presentado. Acto seguido ella alteró su gesto convirtiéndolo en una sonrisa afable y cálida, y miró en mi dirección con una mirada buscadora sobre quien la había llamado., al verme se le dilataron las pupilas mientras me reconocía, y agrando dulcemente su sonrisa. Nos saludamos de forma amigable y le conté que había venido al puerto para hacer un encargo, y se desembarcara un pedido. Ella dijo acudir por algo parecido, y lamentaba que no coincidiéramos al acudir ambos al lugar, para hablar más rato. Pero le dije que yo disponía de algo de tiempo libre, pues ya había cumplido con la mayor parte de mis obligaciones de aquel día, y accedí a acompañarla mientras seguíamos hablando, ello aparte de tener una agradable conversación con aquella dulce chica es posible que pudiera ampliar mi información del lugar.

En el corto paseo desde donde nos encontramos hasta la llegada al control del puerto fue una distendida charla donde pude apreciar su melodiosa risa que era contagiosa y casi ingenua. Al vernos llegar los guardias, tal y como presupuse, debieron pensar que era un jefe de aquella secretaria a la que conocían, y por mi indiferencia y que ellos me ignorasen ella pensaría que acababa de salir de allí y por ello no me volvían a pedir identificación. Dentro del puerto nos dirigimos a los tinglados, al número 9 concretamente, que era desde donde se embarcaban y desembarcaban las mercancías, parecía un sitio privilegiado en el puerto, dada las cercanías de acceso a las vías del tren, y las salidas para camiones. Había una pequeña oficina, en una auto caravana,  aparcada a la entrada, y la mujer entró a coger unos papeles mientras llamaba a unos operarios, creo que alguno me sonaba de haber estado comiendo en el bar, pero como no parecieron tomar demasiada atención decidí seguir mi papel de indiferencia hacia ellos, tras unos encargos, coger unos papeles, dejar otros y firmar unos documentos que entrego al que debía ser el capataz, los operarios salieron, y nos quedamos ella y yo, sacó unas carpetas de un archivo del que ella tenía la llave, y quería seguir conversando de cosas comunes de "nuestros" trabajos y anécdotas de nuestras empresas, pero la interrumpí con la excusa de ir al baño, amablemente me indicó donde estaba, aunque fuera evidente en aquel pequeño espacio móvil, dentro tras hacer un par de ruidos a modo de prueba para ver si se oía mucho, tiré de la cadena al tiempo que habría mínimamente la pequeña ventana, para poder acceder luego al interior.

Al salir del baño ella ya había acabado de hacer el papeleo que tenía que terminar, así que volvimos a la salida del puerto, y nos despedimos, ella debía coger el auto bus y yo le dije que con el coche tenía que  salir fuera de la ciudad y que por ello no podía llevarla, lo entendió con resignación y nos despedimos muy amablemente, incluso cálidamente, mientras se alejaba en la otra dirección me giré para contemplarla de nuevo, al parecer ella había hecho lo mismo y se volvió en la dirección a la que marchaba rápidamente con vergüenza, y marchó nerviosa, pero contemplando su figura a cada momento me parecía más hermosa, aunque no fuera como se suele decir una mujer de bandera.

A las pocas horas anocheció, y desde un lejano bar, me decidí a volver al tinglado nueve del puerto, para ver si podía empezar a aclarar algo. Fue muy fácil entrar, no parecía que hubiese mucha vigilancia, llegué sin mayor problema al tinglado, y cuando me acercaba a la ventana del baño de la auto caravana... solo recuerdo un fuerte golpe en la cabeza, que desde esta oscuridad crece y crece por momentos, desde ese momento se hizo todo negro, y así continuó aunque al menos ahora consciente...

 

En la lejanía oigo pasos que resuenan sobre una superficie metálica, y parecen venir hacia mi...